Sultán era un potrillo que había nacido en una de las caballerizas más imponentes de todo el Reino Unido. Su madre había ganado ya varios derbis, mientras que su padre era poseedor de lo que se conoce como “La triple corona”.
Desde pequeño era arrogante y miraba a todos con desprecio (inclusive a las personas que lo cuidaban y le daban de comer).
– Cuando crezca pasaré a la historia como el caballo más rápido y joven en ganar cualquier competencia que se me presente.
– La arrogancia hijo es mala compañera. Nubla la mente y nos aleja de las personas que queremos.
Sin embargo, Sultán ignoró la fábula que le contó su progenitora y se dedicó a entrenar duramente para lograr lo que tenía propuesto.
Rápidamente su nombre apareció en los diarios y su popularidad subió como la espuma. Los años transcurrieron y aunque él se esforzaba en mantenerse en forma, su fuerza física comenzó a decaer.
A tal grado que en un corto lapso sus grandes altos fueron relegados a esporádicas apariciones en hipódromos ubicados en zonas apartadas.
De hecho, su dueño pensó varias veces en sacrificarlo, pero se arrepentía ya que eso le costaría más dinero que simplemente regalárselo a alguien. Fue por esto que les obsequió a Sultán a unos granjeros.
Cuando sus nuevos dueños le comentaron al caballo que estaría atado a una gran roca para hacer funcionar un molino, éste lanzó una fuerte carcajada.
Más al poco rato se percató de que aquello iba en serio y que además si no se decidía a hacerlo, sus nuevos amos no se tentarían el corazón y lo sacrificarían.
– Qué desdichado soy. Si hubiese escuchado los consejos que me dio mi mamá tal vez ahora en mi vejez no estaría aquí, sino que pasaría las tardes en un lugar tranquilo rodeado de mis amigos y familiares.
La moraleja de esta fábula es: Nunca evites la ayuda de los demás, pues recuerda que en la vejez necesitarás de alguien que te tienda la mano.